miércoles, 28 de enero de 2015

Poetas

Lo siento, no te creo.
No me creo tus autoelogios,
ni a tu panda de palmeros,
ni tu pseudoprofunidad,
ni que bajes tantas bragas como dicen tus poemas
y creo que deberías lavarte las manos con lejía
y echarte aguarrás en el cerebro
cada vez que escribas la palabra que empieza con "a"
y me vendas dramatismo
y tu rollo de artista maldito
tumbado en el cheslong que te regalaron tus papás,
en tu salón con adornos del Ikea,
antes de salir a lamer culos
y a buscar empotradores que susurren tus poemas
y dibujen tu nombre con corridas en los espejos
y te pidan que les firmes los pezones 
y te fotografien con tu sombrero de las noches,
el que pillaste en las rebajas del Sr. Amancio Ortega
y te da el rollo dandy que tanto gusta a tus lectoras,
las que forran sus carpetas con tus letras
y van a recitales a beber cerveza y lucir piernas
con su cara de Mona Lisa mil veces ensayada
porque ser accesible y transparente ya no mola.
No te creo,
no me gustas,
no te aplaudo.


Facilidad

Lo fácil es saberse cobarde y asumirlo,
tomarlo como un hecho cotidiano,
asombrarse ante el paso del valiente,
el que nunca se puso los zapatos,
espetarle con frases inconclusas,
ser tirano del silencio y las ausencias,
atacar con fuego entre los dientes,
lo que pudo ser elogio y verja abierta.